miércoles, 2 de septiembre de 2009

Estamos todos en la misma...



Como lo dijo Juana. O mejor: cómo lo dijo Juana...


Todos en la misma.


Resonando, mirando hacia adentro, encontrando voces afines, pisando caminos ya recorridos (por nosotros o por otros), experimentando la belleza, y con insolencia, tratando de producirla.


Y en ésto último me quiero quedar un poco. Un tipo que dibuja deja una marca en el mundo. Cuesta mucho producir algo (por experiencia, puedo asegurar que para hacer algo mediocre hace falta un gran trabajo... La famosa inspiración es el momento en que los planetas internos se acomodan y uno puede hacer algo decente sin cortarse a sí mismo las piernas; pero para llegar a eso hay que tener muchas horas de vuelo. En fin, sigamos). Entonces empiezo a creer en que estuve equivocado cuando me negaba a racionalizar el porqué de mis elecciones: Arlt, Bukowski, Bioy, Cortázar, Conrad, Stevenson... Ahora me pregunto si uno elige al libro , o si es al revés. Si esa sintonía interna con un autor desconocido, en otro mundo (porque otro tiempo es otro mundo y se los discuto a muerte y quiero vale cuatro) es la señal del inicio del propio camino. Y que la mediocridad, o para ser más justo, el esbozo de lo que viene, es la búsqueda y el encuentro de la propia voz, de la propia mirada, de la propia conciencia de levantar la mano y tirar los primeros trazos. Empiezo a creer en que estuve equivocado en darle el volante al corazón, sin discutirlo. Porque para hacer lo que hacemos (y como dice Paula, en el terreno de los gustos y las pasiones) necesitamos al cerebro; atento, sensible, creativo y audaz. Entender el momento y hacer. No quiero trabajar para nada, por eso es imprescindible pensar. Pensar lo que se siente, eso. Eso es lo que tenía que aprender hoy.


Finalmente me doy cuenta porqué quería pasarles un poquito del Manual de pintura y caligrafía, de Saramago. Justamente, el diario de un pintor que andaba en la misma.


Entre muerte y vida, entre grafía de muerte y grafía de vida, voy escribiendo estas cosas, equilibrado en el estrechísimo puente, con los brazos abiertos agarrando el aire, deseándolo más denso, para que no fuese o sea demasiado rápida la caída. No fuese, no sea. En pintura, serían dos tonos próximos de un mismo color, el color "ser", para mayor exactitud. Un verbo es un color, un sustantivo un trazo. En el desierto, sólo la nada es todo. Aquí, separamos, distinguimos, ordenamos en cajones, en depósitos, en almacenes. Lo biografiamos todo. A veces acertamos, pero el acierto es mucho mayor cuando inventamos. La invención no puede ser confrontada con la realidad, tiene más probabilidades de ser exacta. La realidad es lo intraducible, porque es plástica, dinámica. Y dialéctica también. Sé de esto un poco, porque lo aprendí hace tiempo, porque he pintado, porque estoy escribiendo. Ahora mismo el mundo se transforma afuera. No se puede fijar ninguna imagen: el instante no existe, la onda que venía avanzando se quebró ya, la hoja dejó de ser ala y no tardará en estallar, reseca, bajo los pies. Y está el vientre hinchado que rápidamente desciende, la piel tensa que reabsorbe, mientras un niño jadea y grita. No es tiempo de desierto. No es ya tiempo. No es aún tiempo.


Abrazos

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