jueves, 23 de junio de 2011

Balada a los harapos

No quiero los filosóficos harapos

de un Diógenes o de un cínico

griego. Han sido grandes cerebros.

Su grano de oro de arena logró

que muchos hombres vieran

en la pompa y en el lujo

el desdén por la moral y la ética.

¡Quiero morir de traje y almidonado!

Tampoco quiero abrigar mis huesos

con los trapos de bronce oxidado

de un hombre vulgar, al arte ajeno.

Que los museos se engalanen

en mostrar retazos de atuendo

de esos hacedores del pensamiento.

Que los hombres de ahora luzcan…

¡Quiero morir de traje y almidonado!

Luzcan en calles, reuniones y fiestas

sus jirones de tela ordinaria.

Al vestir con exquisitez no desprecio

a pobre ni a rico, a joven ni anciano.

Ni me alejo del arte, saber y refinamiento.

¡Cómo si la imagen vulgar fuera

sinónimo de ser superior! No los quiero

¡Quiero morir de traje y almidonado!

No es vanidad. Es por arrancarle

una cuota de fatalidad a la muerte

fea, obscura, tétrica. Por eso

¡Quiero morir de traje y almidonado!

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